La imagen de unas mulas abriendo surcos en la viña dice mucho de la concepción que Álvaro Palacios tiene del vino. Pasión, perfeccionismo, respeto hacia las tradiciones y el terruño. Fue, a primeros de los noventa, el primer bodeguero en saltar la barrera de las diez mil pesetas de las de entonces para una botella de sus vinos, sesenta euros de nuestros días. Reinventó la vieja comarca vinícola del Priorato en compañía de un pequeño grupo de iluminados y la ha situado en lo más alto del atlas enológico mundial. Imbuido del espíritu de los pioneros, no dudó en abandonar su Rioja natal y el negocio vinícola de su familia en busca de horizontes propios. Hoy, los vinos de Álvaro Palacios se cotizan al alza en los corrillos más exclusivos del mercado internacional. El joven inconformista que se formó en Pétrus (Burdeos) se ha convertido en un genio que ha alcanzado su estado de madurez.
Desde muy temprano, Álvaro Palacios dijo que su objetivo no era otro que el de hacer vinos dignos de ser recordados, capaces de emocionar a quien los bebe, de dejar en la memoria una huella imborrable. Tuvo que partir de cero. En el Priorato, tierra de tradiciones vinícolas centenarias, comarca deprimida como pocas a finales de los ochenta, suelos pizarrosos y paupérrimos, viñas medio abandonadas en pendientes a las que sólo pueden acceder los hombres y los animales, Álvaro Palacios vio, al fin, su tierra prometida. Ésa cuya esencia él podría encerrar en una botella de vino.
Así ha sido. Casi veinte años después del inicio de la aventura (“el Priorato ha sido la gran aventura de mi vida”, repite con frecuencia), sus vinos –Les Terrasses, Finca Dofí, L’Ermita- ocupan los expositores dedicados a los grandes vinos del planeta en las tiendas más exquisitas de Nueva York, Londres, Singapur o Berlín. Codo a codo con etiquetas míticas de todos los tiempos, como Margaux, Romanée Conti, Lafite Rothschild o el Pétrus en el que hizo sus prácticas tras estudiar enología en Burdeos.
RESTAURAR EL PAISAJE. “Estamos embarcados en una tarea parecida a la restauración del paisaje vitícola del Priorato”, le gusta decir a nuestro bodeguero, quien aprendió desde muy pronto que los grandes vinos se hacen en el campo. Visitar las viñas de Alvaro Palacios en la hermosa –y emblemática- localidad tarraconense de Gratallops, es una experiencia que hace saltar por los aires los prejuicios y las ideas preconcebidas acerca de la viticultura del siglo XXI.
“Les Terrasses representa la comarca del Priorato, con todo su misterio y la fuerza de su tradición”, explica Alvaro Palacios. Es el vino más asequible de la bodega, elaborado con cepas viejas en un 45 por ciento, procedentes de agricultores que siguen al pie de la letra las indicaciones del bodeguero, a quien reconocen y respetan como a un verdadero líder. La cosecha 2005, a punto de llegar al mercado, se asienta sobre la variedad cariñena, completada en buena proporción por garnacha y una pequeña cantidad de cabernet sauvignon. Es un tinto que representa fielmente su entorno, sus virtudes, sus vaivenes cosecha tras cosecha. En él se concentran las fragancias del monte bajo mediterráneo, la carga mineral de las pizarras del subsuelo, el exquisito tratamiento recibido de manos de un exigente elaborador. Un vino de perfil joven, vibrante, lleno de energía.
El segundo de los vinos de Álvaro Palacios en el Priorato, en escala ascendente de prestigio, es el Finca Dofí. “Un tinto”, en palabras de su autor, “concebido en los primeros momentos de mi andadura en esta comarca, cuando queríamos cambiarlo todo, incluidas las formas ancestrales de cultivo”. Procede de viñas situadas en terrazas, siguiendo las pautas de una viticultura que podríamos llamar contemporánea… El Dofí es un vino opulento y sensual, seductor. En la añada 2006, que aún duerme el sueño de la barrica, se expresa con fuerza el carácter de la uvas syrah y cabernet que incluye en su composición, pero sobre todo cautiva por la plenitud frutal de la tradicional garnacha, una casta que cada día cuenta más en los planes de Álvaro Palacios. “El tiempo transcurrido en el Priorato me ha cambiado el carácter, en cierto modo me ha endurecido. Cuando llegué estaba abierto a ensayar nuevas prácticas en la viña y en la bodega. Ahora, si puedo, prefiero plantar garnacha o cariñena a otras variedades de origen francés. Y ya sólo busco pendientes pronunciadas, sin aterrazar, como se ha hecho aquí desde hace muchos siglos”, detalla nuestro interlocutor.
GARNACHA 100 POR 100. Garnachas centenarias, suelos pobres y pizarrosos, viñas en pendientes de vértigo: he aquí algunas de las claves de la “filosofía” vinícola de Alvaro Palacios en el Priorato. Viñas que se abren a distintas exposiciones solares, que se benefician del abrigo de la cresta del Montsant, símbolo y padre protector de la comarca. Viñas como las que dan vida a su obra maestra, el tinto L’Ermita, ese vino que ha situado a su creador en el olimpo de la enología internacional. Elaborada con garnacha al cien por cien –otras cosechas anteriores incluían ciertas cantidades de distintas viníferas-, la añada 2006 muestra ya en la barrica todo su potencial. Amplitud, complejidad, autenticidad. Un vino rotundo y mineral como pocos hemos probado nunca. “En la bodega me aparto a un lado como enólogo, cada día me limito más a dejar que se exprese el terruño, el paisaje del vino, incluso sus orígenes religiosos”.
Desde la bodega de Alvaro Palacios se contempla una espléndida panorámica sobre la localidad de Gratallops y su entorno. Diseñado por Chus Manzanares, autor de modernas bodegas monumentales como Enate, en el Somontano aragonés, el edificio es un modelo de funcionalidad y buen gusto. Líneas puras, espacios diáfanos, amplios ventanales. El corazón de la bodega es su nave de crianza, donde tiene lugar el milagro del tiempo. La bóveda reproduce la forma del interior de una barrica. Un espacio impoluto, sellado como una sacristía, con humedad y temperatura invariables, en el que los vinos adquieren sus rasgos definitivos de carácter.
En un momento de poderosas tendencias hacia la uniformidad –globalización, lo llaman algunos-, cada día son más buscados los vinos que transmiten los valores irrepetibles del suelo en el que nacen y de la personalidad de su elaborador. El Priorato ha sido la escuela de madurez para Alvaro Palacios, el lugar donde ha crecido en libertad como persona y como enólogo. Sus vinos ya no tienen que demostrar nada porque lo han conquistado todo (“sólo me queda contribuir a que una nueva categoría, la de los vinos de municipio, sea reconocida en el Priorato”). Desde este poderoso trampolín, nuestro winemaker más internacional ha podido acometer nuevos y deslumbrantes proyectos, como el que puso en marcha en el Bierzo con su sobrino Ricardo Pérez Palacios (La Faraona, Villa de Corullón, Pétalos del Bierzo…) o el que tal vez sea el más ambicioso de todos: su vuelta a casa después de veinte años, a la bodega familiar de Palacios Remondo, en la localidad riojana de Alfaro. Sin duda, el sueño más secreto de un joven rebelde con causa. J.R. Peiró (octubre 2007)
MEDITERRÁNEO EN ESTADO PURO
En la bodega de Álvaro Palacios dicen que son veinte de plantilla: dos mulas, un caballo y diecisiete personas. Lo de las bestias no es una pose. Es, aparte de la humana, la única fuerza de trabajo que puede desenvolverse en las empinadas pendientes del viñedo. Las cepas vegetan en un paisaje que ha sido definido como el ecosistema mediterráneo en estado puro. Olivos, almendros y encinas predominan, junto a la vitis vinífera, sobre las demás especies vegetales de porte erguido. Como es natural, Álvaro Palacios no tiene ningún interés en alterar el equilibrio de lo que es su mejor patrimonio: el suelo, el territorio. Por eso aplica todas las técnicas de la agricultura biológica, para que el terruño se exprese en los vinos sin la menor interferencia. La naturaleza le ayuda en su labor. Suelos pobres de licorella -como llaman en Cataluña a los esquistos pizarrosos-, excelentemente drenados para defenderse del oidio, el mildiu y otras enfermedades asociadas al exceso de humedad. Clima seco y soleado. Plantas perfectamente ventiladas en altitudes que oscilan entre los 400 y los 700 m. Nada de herbicidas ni fertilizantes sintéticos.