POR QUÉ ME GUSTA EL VINO

Me confieso usuario, seguramente moderado, de casi todo tipo de bebidas alcohólicas. Me gusta la ginebra de calidad mezclada con tónica: es mi trago nocturno favorito. Hay una hora de la tarde, acabada la jornada de trabajo, en la que nada puede sustituir el efecto relajante que me produce un whisky de malta. En determinadas situaciones y ambientes, el cuerpo me pide un ron añejo o alguno de sus combinados; un daiquiri, pongamos por caso. En la sobremesa, pocos placeres como sorber lentamente una copa de armañac, o coñac, durante la conversación…

DSC_0031_E

Pero debo decir que ninguna bebida –larga o corta- me produce el mismo goce estético, o la misma excitación intelectual, que el vino. Conozco bien el tipo de sensaciones que cualquiera de los destilados referidos más arriba va a producirme; se diría que forman parte de mi rutina o de mis asuntos de puertas adentro. Un vino, en cambio, la perspectiva de explorar con los sentidos una nueva cosecha, o una nueva etiqueta, me parece siempre una página en blanco, donde todo puede inventarse o reinventarse. Es como entablar una conversación con una persona a la que se acaba de conocer.

Uno lleva ya en el armario de los recuerdos miles de vinos degustados y convenientemente registrados. Aun así, cada nueva copa representa un territorio por descubrir. La explicación es simple: no hay dos vinos iguales, como no hay dos almas intercambiables.

Si el color del vino, su simple contemplación, me dice ya muchas cosas acerca de su naturaleza, mi sentido favorito es el olfato, con el que puedo distinguir decenas de aromas que me remiten a espacios íntimos de la memoria: frutas, flores, hierbas, minerales, especias, cuero, tabaco, café, maderas preciosas… La nariz de un vino raramente me engaña. Me habrá adelantado una buena parte de las sensaciones que voy a percibir en el momento de llevármelo al paladar, donde, además, sabré si es equilibrado y gustoso, si camina con elegancia sobre la lengua o si deja un eco prolongado e incitante en el fondo de la boca.

En realidad, degustar un vino lleva mucho menos tiempo que leer estas líneas. Quizá sea esa acumulación de estímulos que puede depararme en apenas un instante lo que más aprecio de esta milenaria bebida. El tiempo de apurar una copa se me asemeja un tiempo denso y concentrado, fructífero, de una calidad especial. Por eso, y para compartir esos momentos, ha nacido BACOMANÍA. José Ramón Peiró

Deja un comentario. Nos interesa tu opinión.

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.