Sierra de Gredos: EL PUNTO «G» DE LA GARNACHA

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Trabajando una viña en Cebreros / BERNABELEVA

Hace unos diez años, una foto de Telmo Rodríguez arando a mula una vieja viña de garnacha del municipio abulense de Cebreros se propagó como la pólvora entre los corrillos del vino. “La última ocurrencia de l’enfant terrible de la enología”, pensó más de uno. Una pose más de ese joven profesional que andaba ya por la época desenterrando tesoros a lo largo y ancho del viñedo español en proyectos al filo de lo imposible. Pocos sospechaban –sospechábamos, vamos a ser francos- que este inquieto elaborador nos estaba anticipando una imagen nítida y precisa de lo que iba a ocurrir una década más tarde en la Sierra de Gredos.

Una vez más tuvo que venir alguien desde fuera de casa a decirnos qué es lo que había debajo de nuestros pies. Y ese alguien no podía ser otro que el omnipresente Robert Parker, cuando, en su lista de Wine Advocate de la primavera de 2010, calificó con 97 puntos la cosecha de 2008 de El Reventón, un tinto desconocido de un elaborador casi ignoto en la poco frecuentada localidad de Cebreros, nacido a pocos metros de la viña que Telmo Rodríguez araba con su mula.

Enseguida supimos que detrás de ese vino estaba la mano de otro de los grandes animadores del circo vinícola del país, el berciano Raúl Pérez, quien se había asociado con Daniel G. Jiménez-Landi en la tarea de rescatar los olvidados viñedos de garnacha de este rincón del Sistema Central en el que se tocan las provincias de Ávila, Madrid y Toledo, una geografía intrincada donde las haya, apenas ordenada por los cursos del Alberche y el Tiétar.

Hoy, y no nos tiembla el pulso al decirlo, en esos majuelos casi abandonados de la sierra, en pendientes de vértigo y altitudes que oscilan entre los 700 y 1.200 metros, se está escribiendo uno de los capítulos más interesantes –y estimulantes- del moderno vino español. Tintos llenos de vida, frescos y minerales, de gran finura y complejidad, fieles portadores de la naturaleza de cada terruño y unidos por una vinífera, la garnacha, perfectamente adaptada a las duras condiciones del territorio desde tiempo inmemorial.

Vinos de muy escasa producción, que en su mayoría se venden en el extranjero a la espera de ser descubiertos por el consumidor de casa y que llevan la firma de jóvenes enólogos -Fernando García, Daniel Gómez Jiménez-Landi, Marc Isart, Daniel Ramos- que viven con auténtica pasión los trabajos de la viña y la bodega, como buenos seguidores de Telmo Rodríguez, a cuyos pechos se formó una buena parte de ellos.

VIÑEDO SIN FRONTERAS. “Queremos defender una auténtica denominación de origen frente las DD.OO. administrativas en las que actualmente está dividida esta comarca vitivinícola”, declaraba no hace mucho Rafael Mancebo, presidente de los sumilleres de Ávila, copropietario de la bodega Garnacha Alto Alberche en la localidad de Navaluenga (Ávila) y firme partidario del establecimiento de un marco formal para lo que hoy no es más -ni menos- que una unión de hecho articulada por un espacio vinícola singular y por la voluntad de sus protagonistas de defenderlo bajo un ideario compartido.

Frente a la segmentación artificial del territorio en tres denominaciones de origen de la vigente –con frecuencia obsoleta- división administrativa del vino, Méntrida, Vinos de Madrid y Vinos de la Tierra de Castilla y León, se habla de crear una Asociación Garnachas de Gredos como germen de una nueva indicación de origen, aunque una buena parte de los interesados no acaba de tener claras las ventajas de enredarse en la dinámica de las reuniones, los estatutos y las batallas en los despachos de la administración. “Somos miembros de la no-Asociación Garnachas de Gredos”, ironizaba al respecto Juan Díez, de la familia propietaria de Bernabeleva, en una reciente muestra de Vinos de Madrid.

La comarca vinícola de la Sierra de Gredos comprende tres zonas bastante diferenciadas. Por un lado estaría la cuenca alta y media del Tiétar, que incluye varios términos vitícolas de Ávila y Toledo, con una importante concentración de viñedos de altura en el municipio castellano-manchego de El Real de San Vicente. Las localidades de Cebreros (Ávila) y San Martín de Valdeiglesias (Madrid), en el curso medio del Alberche, son el eje de una segunda zona que se caracteriza por un clima ligeramente más cálido -aunque con fuertes oscilaciones térmicas-, y por la abundancia de suelos de pizarra que confieren un particular talante mineral a los vinos. La tercera en discordia sería lo que se conoce como Alto Alberche, donde se hallan los viñedos más elevados sobre el mar (hasta 1.200 m.), con dominio absoluto de suelos graníticos y con Navarrevisca, Burgohondo y Navaluenga como municipios vitícolas destacados.

EDICIONES LIMITADAS. Es precisamente en éste último donde hace una década Rafael Mancebo se conjuró con diez amigos amantes del vino para tratar de impedir la desaparición de las viejas viñas de alta montaña y puso en marcha su proyecto Garnacha Alto Alberche, la bodega donde elaboran, bajo la dirección técnica de Daniel Ramos, los vinos de la serie “7 Navas” (Selección, Finca Catalino, Finca Faustina) además de otras tres o cuatro etiquetas menores. Tintos de garnacha de producción limitada -a veces poco más de 1.000 botellas- procedentes de viñas venerables en parcelas entre los 750 y los 1.100 metros sobre el mar. Vinos potentes, llenos de fruta madura y sensaciones minerales, con abundantes dejos aromáticos procedentes de la rica flora serrana.

Aguas abajo del Alberche, Daniel Ramos, enólogo formado en Australia y en la Compañía de Vinos Telmo Rodríguez, desarrolla en Cebreros su apuesta personal: Zerberos Finca. Como su maestro, trabaja la viña con mulas y elabora por separado sendos tintos de pizarra y granito (Zerberos Pizarra y Zerberos Arena), amén de una mezcla de ambos en el busca la conjunción de la mineralidad del primero y la opulencia frutal del segundo. Ramos apenas elabora 5.000 botellas entre sus tres tintos, pero la gracia está precisamente ahí, en su singularidad.

Para sostener -en términos empresariales- este difícil reto enológico, los elaboradores suelen embotellar un vino de mayor producción –y menor precio- que sirve de base financiera al negocio. Es lo que hace Marc Isart en la bodega Bernabeleva de San Martín de Valdeiglesias con su Navaherreros, un tinto que representa la diversidad de las viñas con las que trabajan y que les permite etiquetar por separado las garnachas procedentes de minúsculas parcelas, como Arroyo de las Tórtolas (1,25 has), Viña Bonita (2,8) o Carril del Rey (2,5), tres verdaderas joyas procedentes de cepas de entre 65 y 80 años de edad cultivadas en altura sobre suelos de granito.

Un planteamiento bastante similar al de Fernando García, compañero de Marc Isart y Daniel Gómez Jiménez-Landi en un máster de enología y conductor del proyecto Marañones en la misma localidad madrileña. Aquí, el vértice de la gama lo ocupan vinos como Peña Caballera (garnacha fina y austera, de poco color pero mucha sustancia) y Labros (de talante frío y mineral), mientras que en la base se sitúan el Marañones (con un ligero paso de barrica pero explosivamente juvenil) y, en un escalón por encima, el 30.000 Maravedíes, una garnacha carnosa y opulenta, matizada por un pequeño porcentaje de syrah.

VILA ENTRA EN ESCENA. La geografía política, ya lo hemos dicho, nada tiene que ver en la Sierra de Gredos con la geografía vitícola. De este modo, de los más de 50 municipios de la extensa D.O. Méntrida, sólo unos pocos situados en el extremo noroccidental, sobre todo El Real de San Vicente, responden a las exigencias de los integrantes de Garnachas de Gredos. De ahí proceden las uvas de la mayoría de los tintos de finca de Jiménez-Landi, bodega radicada en la localidad de Méntrida que en 2007 reorientó su actividad y apostó fuerte por la uva garnacha y la viticultura ecológica de montaña. Aquí, José Benavides Jiménez-Landi se ocupa de los temas empresariales y comerciales mientras que su primo, el citado Daniel Gómez Jiménez-Landi, maneja la viña y el diseño de los vinos. Piélago (7.000 botellas), Cantos del Diablo (1.700), Ataúlfos (600) y The End (1.100) proceden de pequeñas parcelas de El Real de San Vicente, mientras que las uvas de El Reventón, el vino pizarroso y mineral que excitó la nariz de Parker, nacen en el término abulense de Cebreros, como las del nuevo Uvas de la Ira, de inminente salida al mercado.

También con base en Méntrida, Belarmino Fernández y su socio Alfonso Chacón, propietarios de Canopy, piden cartas en la partida con sus garnachas de nuevo cuño, La Viña Escondida, Congo y Tres Patas…  No terminan aquí, ni mucho menos, los tintos de la Sierra de Gredos. Hasta catorce bodegas abulenses, toledanas y madrileñas se declaran parte del proyecto Garnachas de Gredos, en el que curiosamente no participa –al menos de manera formal- Telmo Rodríguez, padre de esta historia y socio del corredor de coches Carlos Sainz en el proyecto de sus consagrados Pegaso Barrancos de Pizarra y Pegaso Granito.

La última bodega en incorporarse a esta particular liga de la garnacha es Comando G –seguro que ya han adivinado de dónde viene la letra suelta-, nacida de la unión de los mencionados Fernando García, Marc Isart y Dani G. Jiménez-Landi, compañeros de máster, como se ha dicho, y sobre todo buenos amigos. Sus tintos –el exclusivo, por escaso, Las Umbrías; el más desenfadado La Bruja Avería y el Camino del Norte, en preparación estos días con uvas del tramo superior del Alberche- son la culminación de un proyecto personal e intransferible, libre de la “disciplina” empresarial de sus respectivas bodegas. Un vendaval de aire fresco que ya ha llegado a los oídos del comerciante barcelonés Quim Vila –primer mecenas y descubridor de talentos del vino hispano-, para quien ya están trabajando en dos etiquetas de encargo: El Hombre Bala y La Mujer Cañón. De repente, y cuando parecía que la historia del vino ya había terminado de escribirse, ante los Indiana Jones de la pituitaria y los aficionados más curiosos se abre un nuevo y valioso filón en la escarpada Sierra de Gredos. Y esto no ha hecho más que empezar. J.R. Peiró (SOBREMESA, enero 2012)

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