La recuperación de viníferas al borde de la desaparición es una de las actividades más apasionantes de la enología moderna. Pasada la fiebre del café para todos, es decir, cabernet, merlot y chardonnay, los enólogos y viticultores más inquietos apuestan por el valor de la diferencia y la biodiversidad, por la cepa autóctona perfectamente aclimatada al territorio. Es el caso de la maturana blanca de Rioja, de las tintas gallegas sousón y ferrón, de la moristel aragonesa, de las callet y fogoneu mallorquinas, las catalanas samsó y garró, la salmantina Juan García… Y de tantas más.
Es, también, el de la malvasía de Sitges, una de las variantes reconocidas internacionalmente de la uva blanca originaria del Mediterráneo oriental. Una cepa de la que apenas quedan media docena de hectáreas que han sobrevivido milagrosamente al avance de las excavadoras y el ladrillo, en su mayor parte localizadas en viñedos urbanos de esta hermosa localidad costera al pie del macizo del Garraf.
Los vinos dulces de esta comarca fueron el centro de una próspera actividad comercial en el siglo XVIII, cuando surcaban los mares rumbo a los puertos ingleses y americanos. Por entonces, la mayor parte del territorio de la actual denominación de origen vinícola Penedès era una planicie plantada de cereales. Tras una larga decadencia en el siglo XIX, la malvasía de Sitges se salvó de la extinción gracias al gesto altruista del diplomático Manuel Llopis de Casades (Sitges 1885-Sofía 1935), quien legó la propiedad de todos sus bienes dentro del término de Sitges al Hospital de Sant Joan Baptista, a condición de que éste mantuviera la producción de los vinos de malvasía, como rezaba una de las cláusulas de su testamento. Así ocurrió.
BANDERA DE SLOW FOOD. Hoy, la vinífera que se negó a desaparecer es una de las señas de identidad de un movimiento iniciado por los viticultores del Garraf para que les sea reconocida su especificidad dentro de la denominación de origen Penedés, y, de paso, para defender su territorio de la acción devastadora de las urbanizaciones y las numerosas canteras que devoran un entorno geográfico singular a pocos kilómetros de Barcelona.
Les mueven razones históricas y medioambientales (no es casualidad que el Garraf sea una de las banderas de Slow Food en Cataluña), pero también enológicas. Además de las exlusivas malvasías dulces (Hospital) y secas (Blanc de Subur, Sasserra), los agricultores y bodegueros elaboran vino con otras castas amenazadas, como las tintas samsó y sumoll (Clos Lentiscus Noir) o la blanca subirat parent, con la que Finca Valldosera pone a punto un interesante cava. Suelos con abundante licorella (pizarra), viñas al abrigo del macizo, brisas marinas para combatir la sequía… Una impronta muy singular que también se manifiesta en vinos de corte más ortodoxo, como el blanco xarel.lo de Valldellops, el muscat seco de Torre del Veguer o el amplio repertorio de Can Rafols dels Caus. Queda mucho trabajo por hacer en la viña y las bodegas –hay que afinar las elaboraciones-, pero las bases de un prometedor futuro ya están puestas. Y, además, no están solos en esta ambiciosa empresa, como demostraron los más de diez mil participantes en la I Muestra de Vinos de la Vendimia de Sitges que se celebró a mediados del último septiembre. J.R. Peiró (METRÓPOLI, octubre 2007)