
Ana Martín, enóloga, entre viñas. / ARCHIVO
Visita relámpago a Castillo de Cuzcurrita para conocer su nuevo tinto de gama alta: Tilo 2013. Es un vino de producción limitada (unas 2.500 botellas) con vocación de situarse en el estrecho círculo de los escogidos de Rioja. Su nombre le viene del monumental árbol que hay en el centro del recinto de la bodega, frente a la fortificación del s. XV (magníficamente conservada) que preside la propiedad. El viaje nos dio, además, la oportunidad de degustar cuatro cosechas de Cerrado del Castillo, la etiqueta top de la casa hasta el nacimiento del recién llegado.
Empecemos por él. Procede de un viñedo antiguo en la ladera de un monte por encima de la localidad de Cuzcurrita de Río Tirón, en el extremo noroccidental de La Rioja, cerca del límite con Burgos. Suelos muy pobres sobre rocamadre de arenisca, clima extremado, todo un ejemplo de supervivencia vegetal. Crianza de 24 meses en barrica de roble francés y otros seis en tinos de madera de 2.000 l. Una vez servido en la copa, brillantes y hermosos tonos rubí en el menisco que anuncian lo mejor. Nariz de gran finura y talante sobrio que nos recuerda la Ribera del Duero burgalesa, abundantes notas florales (espliego) y de frutilla silvestre (mora, cassis) en su punto de madurez sobre un fondo especiado (suaves dejos de pimienta y vainilla) y mineral. Boca fresca, de gran amplitud, tacto envolvente y final persistente, casi eterno. Un tinto con todos los atributos necesarios para entrar a formar parte de la élite riojana, incluido el precio, que rondará los 100 euros.
ECOS DE LA RIBERA ORIENTAL. Sigamos por las cuatro añadas (2005, 2008, 2009 y 2010) de Cerrado del Castillo, el tinto que sólo se elabora con uvas de las 7,5 has de viña plantadas dentro del muro que cierra la propiedad. Nos gustó especialmente el 2008, por una nariz de intensidad contenida (crece a medida que pasan los minutos en la copa), fría, fina y con bayas frescas como rasgo aromático destacado. Y también por esa boca austera que nos vuelve a recordar la Ribera nororiental, elegante, con nervio (notable acidez) y largo final, amén de un personalísimo ápice de amargor. Hay vino para rato y seguramente irá a más. Si guarda alguna botella, no tenga especial prisa en descorcharla.
De las otras tres añadas –todas ellas escogidas entre las mejores de la casa- recordamos bien la herboristería fina de la nariz del 2010, así como su frescura y excelente acidez; la profundidad aromática del 2009 (tueste, confitura de moras, especias dulces, ecos de sotobosque) y la entereza de su boca, así como la tersura de los taninos del 2005, tras un perfil aromático de signo algo más clásico y evolucionado que los anteriores.
Y una notas de contexto, para terminar. Estamos en una de las zonas más frías de Rioja –la «pequeña Siberia riojana» ha escuchado quien firma más de una vez–, donde los vinos rebosan de nervio y esqueleto pero les cuesta adquirir grado alcohólico. Ello no deja de tener sus problemas, pero asegura maduraciones largas y pausadas que se traducen en tintos de especial finura, equilibrio y elegancia, con gran capacidad de guarda. Como bien saben las numerosas bodegas que cuentan entre sus proveedores a viticultores de la zona.
Además de Tilo y Cerrado del Castillo (alrededor de 35 € este último), la bodega vinifica, en la base de su gama, Señorío de Cuzcurrita (12 meses de barrica y unos 18 € de precio) a partir de las poco menos de 20 has de tempranillo que tiene plantadas fuera del cerrado. Al frente de las elaboraciones se encuentra Ana Martín -una de las enólogas volantes más prestigiosas del país-, a quien contrataron los actuales propietarios –un grupo empresarial bilbaíno- en 1999 para que diseñara la nueva bodega y asumiera su dirección técnica.