Estupenda comida dominical con Sebastià Canyelles y su esposa Gero en el complejo agroturístico Son Simó Vell. El pretexto era ir a conocer –en compañía de Saúl Cepeda y gracias a los buenos oficios de Íñigo Morales de Rada y Pilar de Juan, dos amigos de Palma– los vinos que elaboran los anfitriones en su Celler Canyelles i Batle: Pecat 2011, en el mercado, y Pecat 2012, a punto de salir a la venta. Son Simó Vell podría ser ese espacio en el que casi todos hemos soñado retirarnos algún día: una buena casa en el campo, viña, olivos… Se encuentra a escasos cinco kilómetros del puerto de Alcúdia y la bahía de Pollença, a media hora en coche de Palma y su aeropuerto. Mediterráneo en estado puro.
En la hermosa terraza junto a la piscina, a la sombra de una gran encina, los propietarios nos pusieron al día de las líneas maestras de su proyecto. Un complejo de turismo rural, con espacio para el vino –Sebastià había sido fundador de Macià Batle, una de las bodegas punteras de la nueva enología mallorquina–, aceite de oliva, almendros, frutales… Y paz. Mucha paz. Acababan de recoger la uva de la quinta cosecha de su vino, del que se encarga en la parte técnica Ramón Vaca, reconocido enólogo insular. Gero –“dicen que soy buena cocinera”, nos contó al oído– anunció un menú muy de la tierra.
UNA VIÑA BIEN ESTUDIADA. Antes del almuerzo nos enseñaron la propiedad. Entre la casa principal y la carretera, hileras de olivos de la variedad empeltre, la viña y la bodega. Frente a ésta, otro olivar –esta vez de arbequina–, del que obtienen el aceite virgen extra que envasan en pequeñas cantidades para la venta. Al lado, un monumental talaiot de 3.000 años de antigüedad.
En la viña, apenas una hectárea y media entre cabernet sauvignon, merlot, syrah y petit verdot. Fue la fórmula de variedades que escogieron, a contracorriente de la tendencia que dice que lo políticamente correcto es apostar ahora por las llamadas variedades autóctonas de Mallorca. “Tomamos la decisión tras sopesar detenidamente las características de los suelos aluviales de la finca”, explica Sebastià, hombre más sensible a las realidades contrastables que a los tambores de la tribu. En la bodega, con capacidad para 10.000 kilos de uva, todo lo que se pueda encontrar en la instalación más vanguardista del mundo: desde pequeñas –casi de juguete– cubas de acero de última generación hasta barricas francesas de grano extra fino. Lo mejor de lo mejor. Un lujo.
El plato fuerte de la comida, en la propia bodega, fue un arròs brut (la mayoría lo traduce como arroz sucio, aunque sería más correcto decir “natural” o “en bruto, sin aditivos”; por cierto, permítase la licencia del titular), uno de los mejores –lo dice un valenciano del sur– que hemos tomado en mucho tiempo. Gerónima lo hace –sabiamente asistida en los fogones por Miguel– al modo de la vecina localidad de Sa Pobla, con su personal mezcla de hierbas y especias entre las que destaca la canela. En esta ocasión se trataba de un arroz con pato –el ingrediente cárnico es discrecional, dentro de un orden–, cocinado en caldero de metal, de color tirando a oscuro, caldoso, sabroso y en magnífico punto de cocción. Llegó a la mesa precedido de unos caracoles, también al modo local, con hinojo y otros aderezos (incluido su all-i-oli de acompañamiento), y de unas banderillas de hígado, con aceituna y una pizca de guindilla.
PLUS DE FINURA Y COMPLEJIDAD. El comentario de los vinos, motivo de la visita, lo hemos dejado para el final. Del primero de los servidos, Pecat 2011 (Ví de la Terra de Mallorca, 15 meses de barrica, 15-16 euros), nos encantaron su nitidez y profundidad aromática (mora, grosella) y su poderoso paladar: vivo y de gran estructura (cuerpo, grado, acidez), largo, de generosa persistencia. Si bien nos pareció algo tenso todavía, como a la espera de algunos meses más de botella para alcanzar el cénit. Perfecto, en todo caso, para acompañar el suculento menú preparado por Gerónima.
Si el 2011 sirvió para disipar cualquier resquicio de prejuicio sobre los vinos obtenidos en casa con variedades foráneas, el Pecat 2012 (18 meses de roble francés, mismo PVP) nos pareció apreciar un plus de finura y complejidad. Fruta fresca (frambuesa, fresa en sazón) y violetas en una nariz de inusual armonía, con suaves especias (pimienta, clavo) y maderas preciosas. Seguido todo ello de una boca sensual, equilibrada, firme y fresca al tiempo que aterciopelada, de aromático y persistente, casi interminable final… Un tinto para beber y para guardar sin miedo.
Sensación, para concluir, de un domingo bien aprovechado. Excelente hospitalidad y compañía, soberbio menú aborigen y dos botellas de vino para recordar y, lo que es más importante, para disfrutar. Los buenos aficionados harían bien en seguirles la pista.
Puedo compartirlo en mi Facebook?
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Por supuesto que sí. Lo único, trata de citar la procedencia.
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