Agustín Santolaya: «PARA LLEGAR A SER CLÁSICOS, PRIMERO HAY QUE SER MODERNOS»

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Agustín Santolaya, recibiendo el premio Personaje del Año 2014 en «Fuera de Serie». / MAHALA

Cinco años le han bastado a Roda, una de las bodegas que más activamente participó en el diseño de la nueva Rioja, para desmentir el dicho de que segundas partes nunca fueron buenas. Son exactamente los que han pasado desde la fundación de Bodegas La Horra, su apuesta en la Ribera del Duero, cuyos tintos Corimbo I y Corimbo ya se venden en 35 países. No hace mucho pudimos apreciar la evolución de sus añadas 2009, 2010 y 2011 en un encuentro con los responsables de la bodega, entre ellos Agustín Santolaya, al frente de uno de los proyectos enológicos más ambiciosos –y convincentes- del actual panorama vinícola español. Una buena ocasión para conversar sobre el camino recorrido.

La primera gran decisión que hubieron de tomar es dónde situar su nueva sede dentro de la extensa geografía ribereña. El lugar elegido fue el municipio de La Horra, en el norte de la Ribera burgalesa. “Es aquí donde están las uvas capaces de proporcionar la elegancia y la complejidad que necesitaba Roda para mantener su estilo de vinos”, declara Santolaya. “Este es uno de los aspectos en los que estamos más satisfechos. La zona proporciona frescura, sin los riesgos de helada de la parte soriana de la denominación de origen. No es casualidad la concentración de grandes marcas a nuestro alrededor”.

image002Hay quien dice que Roda ha ido al Duero para hacer otro rioja y hay quien duda de que sea una buena idea meter en el maletín de un vendedor de vinos dos tintos de tempranillo. Pero Rioja y Ribera son, en palabras de Santolaya, dos mundos opuestos a tan sólo hora y media de viaje en coche. “El tempranillo del Duero, a 800 metros de altitud y en un entorno climático explosivo, con grandes amplitudes térmicas, produce vinos raciales, de potencia y estructura que a veces resultan excesivas. Esto es así, en líneas generales. En la Rioja, en cambio, a 450 metros sobre el mar, el ciclo del viñedo es más amplio, como si la naturaleza tuviera menos prisa en hacer su trabajo. Ello se traduce en tintos más delgados y finos, más sutiles y elegantes”.

UNA RIBERA TRANSPARENTE. Por eso los responsables de La Horra tratan de acortar esas distancias y se desmarcan de algunos de los estereotipos que han acompañado desde siempre a los tintos de la Ribera. “Buscamos dar a los vinos la crianza justa en madera, ni un minuto más. Evitamos las maceraciones largas, los vinos hiperconcentrados. Tampoco nos gustan nada los tintos sobremaduros… Lo que intentamos es que al consumidor llegue de una manera más transparente el paisaje de la Ribera”.

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Algunas viñas de tinto fino de Bodegas La Horra. / M

Lo primero, como siempre, es el viñedo. La bodega dispone de 50 has de tinta del país en enclaves escogidos de la zona. Para acceder a viñas viejas, donde habita la calidad, no dudaron en asociarse con bodegueros y viticultores del entorno, como los hermanos Pedro y Pablo Balbás, a quienes ofrecieron formar parte del accionariado de la nueva empresa. Con las uvas de las viñas de más de 50 años elaboran su Corimbo I, vino más complejo y con mayor expectativa de guarda que su hermano Corimbo -procedente de cepas de 25 años-, un tinto fragante y de paladar aterciopelado para disfrutarlo desde el primer día. Más o menos, el mismo planteamiento que siguen sus parientes Roda I y Roda en la Rioja.

Como su matriz riojana, La Horra dedica a la investigación un significativo porcentaje de sus recursos, porque están convencidos de que “para llegar a ser clásicos, primero hay que ser modernos”. Muy en línea con su patrón enológico, estudian los taninos del vino y los métodos de extracción (prensados, maceraciones) más adecuados para evitar las sensaciones astringentes. También buscan cómo afrontar el cambio climático mediante la recuperación de la biodiversidad de la tinta del país… Pero al final, lo que importa de verdad es el contenido de las botellas. En su caso dos vinos con tres añadas en el mercado cada uno y con el favor casi unánime de la crítica. No es poca cosa en apenas cinco años de vida. Carlos Albillo

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