Blancos de Rioja y quesos: MARIDAJES INESPERADOS

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Un momento de la sesión de cata. / JRP

Un día se presentó Telmo Rodríguez en la redacción donde trabajaba este periodista con una botella de vino blanco bajo el brazo. Roussane, marsanne, viognier, garnacha blanca… ¿El Ródano y el Roussillon en la Rioja Alavesa? Algo así, con un par. Pudo ser que nos pudieran los prejuicios, pero no terminó de entusiasmarnos el experimento. Había algo notable y original en ese blanco, incluso un punto de seducción en su extravagancia. Pero sobraba madera por todas partes. Tal vez lo catamos antes de tiempo… Hoy, tras haberle seguido la pista a lo largo de veinte años (a cierta distancia, o no con la debida atención, seamos francos), se ha convertido en un vino de culto. Y después de probarlo el otro día, en una arriesgada cata-maridaje de blancos riojanos con quesos en Lavinia Madrid, no tenemos ningún problema en declararnos fieles de su religión. Remelluri Blanco, se llama, de la cosecha de 2011, por si alguien está interesado.

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Quesos y riojas blancos: una pareja bien avenida. / JRP

En total fueron seis botellas de blanco de Rioja frente a siete quesos de origen diverso (luego explicaremos la discordancia numérica), maridados por nuestros amigos Guillermina Sánchez-Cerezo, una autoridad en el mundillo caseícola y propietaria de la quesería L’Amelie (Torrecilla del Puerto, 5-local 1. Tel. 91 388 12 65. Madrid), y Enrique Calduch, organizador del encuentro. Una experiencia que vino a desmontar dos pequeños axiomas de la ciencia del maridaje. Uno, que los quesos, mejor con vinos tintos; otro, que son los vinos de menor categoría los que deben servirse con el derivado lácteo, ya que se trata de una batalla perdida de antemano.

TurandotAbrió el fuego Turandot 2013, un blanco muy exclusivo. Tanto, que sólo se vende en Lavinia, establecimiento anfitrión. Lleva viura, verdejo y sauvignon blanc, y lo elabora Bodegas Las Cepas. Su compañero de baile fue un queso fresco de San Martín de la Vega (Madrid), salido de la firma Vega de San Martín. La pareja se acopló a la perfección. La acidez del queso recién nacido –apenas cuatro días de vida– encontró la horma de su zapato, por la vía del contraste, en el talante maduro y levemente evolucionado –ecos de miel– del vino, que nos recordó algunos verdejos viejos de Rueda. Ni una nota más alta que otra.

Viña AneEl siguiente dúo no nos acabó de parecer tan entonado. Del Viña Ane 2013 (Bodega del Monje Garbati; viura, malvasía y otras)) nos gustó su expresividad, con abundantes notas de fruta escarchada, piel de melocotón y flores blancas, mientras que del queso riojano de Los Cameros (la casa elaboradora también se llama así, como la denominación de origen) nos interesó su textura y su forma de graduar el sabor, desde un suavísimo ataque hasta un final potente y con elegantes toques de amargor. Pero tras la degustación, el recuerdo del queso ensombrecía –casi anulaba– el del vino. Rioja frente a Rioja. Ya se sabe, donde hay confianza…

Qué bonito“Qué Bonito Cacareaba”. El nombre del tercer blanco de la reunión tiene su pequeña historia. Lo hace Benjamín Romeo en su bodega de San Vicente de la Sonsierra con viuras viejas (ahora le añade algo de garnacha blanca y malvasía) de un meandro del Ebro situado entre su pueblo y el de al lado, que es Briones. En un principio se llamó Gallocanta. Como no tardó en reclamar la atención de las narices más finas del momento –igual que sus hermanos tintos Contador y Cueva del Contador–, el gigante californiano E&J Gallo Winery vetó la marca. Y Benjamin, impulsivo y sentimental en el fondo, lo rebautizó. Su cosecha de 2012 lidió a la perfección con un brioso queso de leche cruda de cabra de la localidad abulense de El Barraco, obra de la quesera Elvira García. Al final, dos colosos de la mano, con cara de felicidad.

Remelluri BlancoDel Remelluri 2011 ya hemos hablado bastante. Sólo añadir que para quien escribe resultó el vino más completo de la reunión. Puede ser que alguna de las etiquetas presentes en la cata lo sobrepase en algún momento de su andadura. Pero, hoy por hoy, hay que bajar la cabeza, o quitarse el cráneo, como decía Valle, ante el enfant terrible de Labastida, cuyo blanco –también con ciertas proporciones de chardonnay y sauvignon blanc– nos recordó algunas de las cumbres de Hermitage y Chateauneuf-du-Pape. Cuerpo, equilibrio y complejidad –abundantes toques ahumados, monte bajo– como para encarar cualquier desafío. En este caso, un idiazábal de seis meses de curación, que no es precisamente una pasta de untar para el bocadillo de media mañana del cole. Las dos partes salieron den trance más que bien paradas.

CapellaníaAunque bebe en las fuentes del histórico Igay gran reserva, Capellanía es el blanco más moderno de Marqués de Murrieta. El 2009 del otro día nos transmitió la habitual sensación de plenitud, pero también nos ratificó en la idea de que es un vino que sale al mercado demasiado pronto. Unos meses más de botella terminarán ablandando una madera que, sin llegar a ser el ama de llaves de Rebeca, nos sigue pareciendo un pelín autoritaria. Compañía quesera de lujo, eso sí: un Abbaye de Belval (leche pasteurizada de vaca, de dos a tres meses de curación) de Philippe Olivier, en el Pas-de-Calais francés. Intenso y maduro a la nariz (“leves pinceladas de establo”, en palabras de su presentadora), sabrosísimo y elástico en la boca, el queso encajó a la perfección los golpes del vino. Y viceversa. Al final, combate nulo. O, si se prefiere, notable, casi perfecta armonía.

Viña TondoniaTondonia es mucho Tondonia. Para terminar la sesión, el reserva 1999 se las hubo de entender con dos quesos, porque, tan clásico como vigoroso, uno sólo no hubiera agotado sus posibilidades. Té, miel, orejones, camomila… Compleja, interminable nariz. Boca opulenta, de increíble cuerpo y amplitud, con acidez suficiente como para dormir una década más en el botellero… “A mí, que me los manden de dos en dos”, parecía reclamar la botella. Y nuestra experta, obediente, se decantó por un par quesos de carácter: un gruyère d’alpage del cantón suizo de Friburgo (poderoso y distinguido, nada que ver con esos gruyères del hiper que saben a leche condensada) y un stilton inglés, queso azul –como es bien sabido– que nos recordó a un buen cabrales, pero pasado por el esmeril. Perfecta la elección. Un trío estupendamente avenido, como colofón.

Un encuentro tan instructivo como placentero. Y la impresión de que los blancos de nuestra primera zona de tintos aún tienen muchas cosas que decir. Nos encantará escucharlas. J.R. Peiró

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