Tarde toros en el madrileño hotel Ritz. De toros bravos, como el tinto Numanthia 2011 presentado en compañía de sus hermanos Termes 2011 y Termanthia 2010, con la asistencia de Jean-Guillaume Prats, presidente de Estates & Wines, la división de vinos del gigante del lujo Moët-Hennessy, propietario de la celebérrima bodega de la denominación de origen Toro y unas cuantas más repartidas por el planeta.
Rostros conocidos entre el público, en lugar destacado e de Jaime Marichalar, con fama de paladar exquisito y hombre versado en la bebida de Baco. Y rostros conocidos en los pasillos del hotel, donde nos tropezamos con Alec Baldwin, que había llegado esa tarde a la capital para la presentación de Torrente 5 (esto del vino es cada día más entretenido), y con Ken Follet, que había hecho lo propio para la puesta de largo de su última novela, El umbral de la eternidad.
Pero volvamos a lo nuestro. En la palestra, el presidente del poderoso grupo vinícola en su primera comparecencia ante la prensa española desde su nombramiento hace algo más de un año, acompañado de Manuel Louzada, feliz director y responsable técnico de Numanthia Termes, la bodega toresana adquirida por LVMH hace unos años a los hermanos Eguren y a su socio de entonces, el omnipresente Jorge Ordóñez, hoy bodeguero de éxito tras largos años de embajador del vino hispano ante la cancillería del emperador Robert Parker.
Unos minutos de charla con Jean-Guillaume Prats, hijo de Bruno Prats, familia al frente del bordelés Cos d’Estournel durante décadas, nos sirven para enterarnos de algunas cosas. Una, que el balance de su presencia de seis años en el viñedo español no puede ser más positivo (eso se nota cuando hablan de sus vinos sobre el pequeño escenario). Dos, que no contemplan nuevas inversiones en el viñedo de este país, al menos de momento. Y tres, que sus mercados estratégicos para los próximos años son, en este orden, EE.UU. –país que “ya ha alcanzado la madurez” en lo que respecta al consumo de esta bebida–, China –nada nuevo bajo el sol– y, como lo leen, África, donde la exquisita multinacional del tanino que preside nuestro interlocutor ya ha establecido unas cuantas bases. En el vino –es de lo que más nos gusta– no termina uno de aprender. “¿Sabe usted que Nigeria es el quinto país consumidor mundial de Dom Pérignon?”. No. No lo sabíamos.
TARDE PARA RECORDAR. ¿Y los vinos, qué tal?, se preguntará el lector con toda la razón del mundo. Primero, el Numanthia 2011, protagonista de la reunión. De entrada hay que darle tiempo para que se abra en la copa; luego, su habitual combinación de potencia y finura, con una nariz de notable complejidad (arándano, bosque atlántico, laurel, pimienta verde, tueste…), rematada por un paladar poderoso y fresco, de gran amplitud y persistencia. Interminable, grande a pesar de la poco favorable cosecha de 2011, sobre todo si se compara con la precedente. En opinión de quien firma, crecerá con dos o tres años de botella. Como nos dijo un día en Can Fabes la baronesa Philippine Rothschild de uno de sus Mouton, ‘il faut l’attendre’.
Por delante se había servido el Termes, 2011 también, nacido de los viñedos más jóvenes de la propiedad (jóvenes quiere decir en Numanthia cepas de 30 o 40 años). De nuevo aromas de fino terroir –bayas silvestres maduras, vainilla, tierra mojada– como antesala de un paladar gustoso y atlético que conduce a un final que nos atreveríamos a calificar de algo salvaje aún, con unos taninos de navaja barbera que piden a gritos la compañía de un guiso gelatinoso (rabo de toro, ¿por qué no?) o bastantes meses de reposo en el botellero. Es lo que tienen los tintos jóvenes de esta parte del Duero.
Y para terminar, Termanthia 2010, el hermano mayor. Ése cuyos racimos desgranan a mano treinta mujeres, que todavía pisan a pie descalzo en recipientes de madera y que Parker ungió, en su cosecha 2004, con 100 de sus cotizadísimos puntos. Si a las anteriores botellas les vino bien un ratito de copa, ésta necesita un mínimo de quince minutos antes de ponerse a hablar. Luego no para: nariz con toda la finura y profundidad del gran río castellano (confitura de moras, nuez moscada y cacao, maderas preciosas, todo nítido, en su sitio) y boca de terciopelo, que se abre con elegancia y armonía, no sin un punto de ampulosidad, y se despide con un aromático y largo, interminable final. Una tarde para recordar. J.R. Peiró
Cuanto amor al vino, cuanto tacto en la literatura.
Muchas gracias por compartir con nosotros una tarde que debió ser exquisita.
Tan exquisita como esta entrada en su blog.
Parafraseando a Wilde, leer esto ha sido como salir de una casa angosta y entrar en un jardín de lirios.
Olé 🙂
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Estuve ahí ! fascinante ! Gracias a todos.
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Especialmente a quienes llevaron los vinos. ¿Te gustaron?
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