¿Qué fue de la histórica añada riojana del 64? Hace unas semanas tuvimos ocasión de comprobarlo en una cata organizada por el Consejo Regulador de la primera de nuestras zonas vinícolas. Un total de 11 botellas de la legendaria cosecha, si no la del siglo, como se la ha llamado con frecuencia, sí una de las más grandes, con las no menos míticas 1970, 1982 y 1994. Una verdadera exhibición de músculo que muy pocas zonas vinícolas del mundo pueden permitirse.
No hace falta decir que se trata de etiquetas raras y escasas, de esas que aún pueden verse de vez en cuando en las subastas londinenses para coleccionistas, pero fuera hoy de los circuitos habituales, con la excepción de un puñado de restaurantes regentados por enófilos recalcitrantes. De hecho hubo clamorosas ausencias, como Tondonia, Gran Reserva 890 o Castillo de Ygay. Y un dato revelador: de las 66 botellas que se abrieron para el medio centenar de catadores que se reunieron en el hotel Wellington de Madrid, sólo hubo que retirar una por defectuosa.
TRES VINOS DESTACADOS. Presidió la cata Luis Alberto Lecea y la dirigió el master of wine Pedro Ballesteros en compañía de Carlos Echapresto, patrón del restaurante riojano Venta del Moncalvillo y una de las autoridades en los vinos históricos de la zona, quienes ilustraron a la concurrencia con oportunas explicaciones sobre los vinos y sobre la Rioja de aquellos años. Por ejemplo, sobre una cosecha -1964- de abundantes lluvias en agosto, aunque sin botrytis, excepcionalmente generosa en cantidad y calidad. Una época en la que acababa de llegar el tractor a las viñas y el español medio todavía consumía al año 66 litros de vino frente a unos raquíticos 20 de cerveza.
En cuanto a la cata, hubo tres tintos que destacaron con claridad sobre el resto: Conde de los Andes (Bodegas Paternina, fresca y compleja nariz –mora, cedro, laurel-, fino paladar, sorprendentemente firme y vivo), Cune Reserva Especial (otro ejemplo de vitalidad, aromas de vainilla y eucalipto, paladar opulento, persistencia final) y Marqués de Riscal, nariz de fruta negra y mentol, rebosante de autenticidad en su espléndida madurez.
VINOS DE PALADAR Y VINOS DE NARIZ. Entre las ocho botellas restantes, quien firma estas líneas encontró lo que podría llamarse vinos de paladar y vinos de nariz. De los primeros le sorprendió agradablemente la entereza del Reserva Royal de Bodegas Franco-Españolas (admirable centro de boca), la firme tanicidad –precedida de una seductora nariz de herboristería- del Faustino Gran Reserva, la amplitud de registros del Martínez-Lacuesta Reserva Especial (balsámico también en la nariz) y la rara elegancia (cuero fino, tabaco inglés, mentol) del Viña Turzaballa de Ramón Bilbao.
Paladares fatigados en el resto de las marcas, aunque, por lo general, con interesantes rasgos aromáticos como testimonio de la grandeza que tuvieron en su día. Complejo el Monte Real de Bodegas Riojanas –contenidos aromas de la serie animal, mentol-, elegante el Honorable Gran Reserva de Gómez Cruzado –confitura de bayas, especias dulces- y muy maduros –vivos, pero en su ocaso- tanto el Marqués de Legarda Reserva de Bodegas de la Real Divisa como el Campo Viejo Reserva de la bodega homónima.
¿Y dónde pueden degustarse hoy estos vinos, se preguntará algún lector? Uno de los campeones indiscutibles de esta liga es Igor Arregui en su restaurante Kaia-Kaipe de Guetaria (General Arnao, 4. Tel. 943 14 05 00), casi una veintena de marcas riojanas del 64, algunos de bodegas desaparecidas. No lejos de allí, el imprescindible Rekondo (Paseo de Igeldo, 57. San Sebastián. Tel. 943 21 29 07). Y, cambiando de latitud, un par de direcciones más: el citado Venta de Moncalvillo (Daroca de Rioja. Tel. 941 44 48 32) y el celebérrimo Atrio (Cáceres. Tel. 927 24 29 28), cuya bodega regenta José Polo. ¿Precios? Imposible aportar una indicación fiable, pero si hay alguien interesado, que se prepare para lo peor. José Ramón Peiró (METRÓPOLI)
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