En pocos años, la viognier ha pasado de ser una perfecta desconocida a una de las uvas blancas de moda en el viñedo español. Alfonso Cortina, ex presidente de Repsol, rompió el fuego en el último cambio de siglo con su Pago de Vallegarcía, primer vino elaborado en este país con la vinífera del Ródano como única protagonista. Su compleja nariz de fruta y flores blancas sobre fondos de humo, su paladar glicérico y opulento al tiempo que fresco y sabroso pronto lo convirtieron en un vino de culto entre los iniciados. Un blanco de acusado carácter, de gran versatilidad a la hora de armonizar con la comida, incluidas las difíciles salsas de la cocina oriental.
En su Livre des cépages (Editorial Hachette), la reconocida especialista británica Jancis Robinson cifraba en menos de 35 el total de hectáreas de viognier cultivadas en el mundo a mediados de los pasados años 80. Todavía no había dado el salto a los EE.UU. –principalmente la Costa Central californiana– y Australia, países que vivieron una auténtica fiebre de la vinífera en la década posterior. Su espacio natural está en la mitad septentrional del Valle del Ródano francés, donde es variedad de referencia -casi única– en Condrieu y también es frecuente –sola o en compañía de sus parientes roussanne o marsanne– en los mejores blancos de Hermitage.
Los orígenes de la variedad siempre habían sido objeto de controversia entre los expertos. Hay quien atribuía su llegada al Hexágono francés desde Grecia, al mismo tiempo que la syrah, y quien afirmaba que viajó desde la antigua Dalmacia de la mano del emperador romano Probus. Finalmente, el estudio de su ADN a cargo de investigadores de la universidad californiana de Davis en 2004 situó su origen –como el del Ródano– en los cercanos Alpes.
VENDIMIA DE PRECISIÓN. Su decadencia, que la llevó al borde de la desaparición a finales de la última centuria, tiene que ver, sin duda, con la cantidad de cuidados que necesita en la viña. “Aparte de ser una uva con cierta tendencia natural a la oxidación”, señala al respecto el maestro de enólogos José Hidalgo Togores, “la principal dificultad de la viognier está en determinar con precisión el mejor momento para la vendimia, que es un estrecho margen de días. Si te adelantas, las uvas no desarrollan su potencial de aroma y sabor; si te retrasas, los vinos pierden buena parte de su frescura y capacidad de guarda”.
Esta naturaleza delicada y esquiva explica la tardía implantación de la viognier en el viñedo hispano y la reticencia de las denominaciones de origen a incluirla entre sus variedades autorizadas o preferentes. Hubieron de tomar la iniciativa bodegas como la citada Pago de Vallegarcía en la meseta manchega, Bárbara Forés en la Terra Alta tarraconense o Remelluri en la Rioja Alavesa, donde Telmo Rodríguez incorporó la vinífera hace más de tres lustros a su estupendo blanco, señalando un camino que hoy siguen decenas de elaboradores del país.
En Aragón encontramos la viognier como única variedad en etiquetas como Edra Blancoluz (Edra Bodegas y Viñedos), Venta d’Aubert (de la bodega homónima) o El Puño Viognier, una de las últimas creaciones de El Escocés Errante en el término municipal de Calatayud. Pequeñas e interesantes producciones que merece la pena rastrear, como es también el caso del blanco riojano Spanish Withe Guerrilla de Bodegas Castillo de Maetierra, en Calahorra; de El Lince Viognier Barrica de las manchegas Bodegas Arúspide, del jumillano Casa de la Ermita, el extremeño Viña Santa Marina Vendimia Tardía o, a escasos kilómetros de la ciudad de Barcelona, el Marqués de Alella Viognier.
Si los blancos de uva viognier ciento por ciento se dispersan por la geografía peninsular –con predominio de las zonas de influencia mediterránea–, aquellos que la incorporan mezclada con otras variedades se concentran, salvo excepciones como el citado Remelluri o el Mestizaje valenciano, en el viñedo de Cataluña. Elaboraciones en las que la uva del Ródano enriquece los aromas de la garnacha blanca y le aporta estructura (Edetana de Bodegas Edetària, Coma Alta de Más d’en Gil, Clos Figueras, el mencionado Bárbara Forés) o en las que se alía con otras viníferas autóctonas y minoritarias –como la picapoll blanca- para ensamblar etiquetas de irrepetible personalidad, como el ampurdanés Sota els Angels. Un capítulo de vinos que gana presencia por momentos y que aún parece lejos de alcanzar el techo de sus posibilidades. J.R. Peiró (METRÓPOLI)