El pasado 17 pudimos catar (y disfrutar) algunas joyas del Duero en el Tapas Wine Bar Ramiro’s (Atocha, 51. Tel. 91 843 73 47) que acaba de abrir en Madrid el cocinero y restaurador vallisoletano Jesús Ramiro. Es el lugar que escogieron Mariano García y su hijo Alberto, buenos amigos del anfitrión, para celebrar una vertical (1990-2011) de sus Mauro Vendimia Seleccionada.
Los García explotan un viñedo de 55 has –en su mayoría de la variedad tempranillo, con una parte pequeña de syrah- en los municipios de Tudela de Duero y Santibáñez de Valcorba. Para elaborar el Mauro VS parten de una selección de cepas de dos de sus mejores parcelas y luego los vinos son criados durante más de 30 meses en barricas de roble, en su mayoría francés. La casa elabora también el tinto Mauro –de mayor producción y menor crianza- y, en el extremo superior de la gama, el Terreus, un vino que sólo sale en las mejores cosechas y que procede de una pequeña viña de tres hectáreas.
Los bodegueros de Tudela de Duero querían someter a examen la evolución de sus tempranillos de larga crianza y también salir al paso de quienes ponen en cuestión la capacidad de guarda de los tintos del gran río castellano frente a los tempranillos riojanos.
Una colección de grandes vinos firmados por uno de los enólogos más valorados e influyentes de la escena enológica española de todos los tiempos. He aquí unos apuntes tomados a vuela pluma:
1990. Notas animales iniciales que pronto se disipan para dejar paso a una brillante, compleja y elegante nariz con abundantes recuerdos especiados y balsámicos (laurel), seguida de un paladar vivo, fresco y vigoroso, como si no hubiese pasado por él la friolera de 23 años. Podría permanecer algún tiempo más en la botella sin perder gran cosa.
1991. Nariz sólidamente amueblada, con profusión de maderas preciosas y unos interesantes apuntes de cuero y nuez moscada, si bien con un paladar ligeramente más pulido que el anterior. Para beber ya. Al igual que el 1990, incorpora un 15 % de uva garnacha, porcentaje que se va reduciendo paulatinamente hasta completa desaparición a mediados de la década.
1994. De entrada llama la atención un fondo de regaliz y brea que se integra rápidamente en el conjunto y que no llega a ocultar su importante carga de fruta roja y negra, matizada por algún que otro rasgo vegetal. Boca algo angulosa, con notable acidez y médula aunque con amplitud justa. Da la sensación de que aún no ha dicho todo lo que tenía que decir.
1995. De esta añada -calificada de “excelente” en la vecina Ribera del Duero- nos quedamos con su fina y delicada nariz de flores azules y especias que se resuelve en uno de los paladares más completos y redondos de la sesión: fresco, con nervio y armonía a raudales. Un vino en un estado de plenitud que se prolongará unos cuantos años más.
1997. De nuevo notas bituminosas (brea) en la nariz, junto a recuerdos de retamas, especias (clavo, vainilla) y apuntes de cuero fino, en un conjunto de gran complejidad y que abre paso a un paladar repleto de taninos jugosos y tacto de terciopelo. Grande, a pesar de una cosecha bastante discreta en general. Tal vez porque se benefició de cierta proporción de uva del paraje de Cueva Baja, cuna del exclusivo y exquisito Terreus, que ese año no se llegó a embotellar.
1998. Un tinto de nariz matrioska, con una sucesión interminable de estratos aromáticos: toques de incienso, arándanos, especias dulces, discretos fondos minerales… Sensación de equilibrio en el paladar: cuerpo medio, fuerza y finura, paso de boca redondo. Uno de los más interesantes de la sesión para el firmante de estas líneas. Para beber y para guardar sin temor.
1999. Otro tinto de gran profundidad (bayas silvestres, pimienta y vainilla, cedro), con unos ecos mentolados de extrema finura. Tras una entrada llena y jugosa, se abre en el paladar sin prisa, con majestad. Otro de los grandes de la cata, a la altura de una de las mejores cosechas del siglo en las márgenes de Duero. Está en un momento de cine, pero seguirá creciendo bastantes años.
2000. Amplia paleta aromática, de buena elegancia y complejidad, aunque con una finísima madera en fase de acoplamiento, como si el vino no se hubiera desarrollado por completo. El paladar, sabroso y enérgico, con taninos algo duros, confirma que hay que esperarlo unos años para disfrutarlo en su plenitud.
2001. Para terminar, otro vino demasiado “joven” a pesar de sus doce años de vida. Nariz fresca y frutal, con notas de tueste y una madera algo autoritaria. Boca alegre y sabrosa, de sólida estructura y con abundantes taninos sin domesticar. El vino tiene todo lo que hay que tener para volar alto, pero para eso aún faltan unos cuantos años. J.R. Peiró