La Garnacha Olvidada de Aragón 2013, presente en una de las sesiones de cata del último Madrid Fusión, vino a confirmarnos que algo interesante está ocurriendo en el viñedo de Calatayud. Se trata de un tinto poderoso al tiempo que singular, con cuerpo y estructura poco frecuentes. Y lo elabora, en el valle del Ribota, el enólogo Raúl Acha, responsable de las etiquetas que integran el Proyecto Garnachas de España que impulsa el pujante grupo bodeguero de origen riojano Vintae.
Calatayud llega algo tarde a la modernidad del vino español, pero con paso seguro. Sus mejores argumentos son la abundancia de parcelas de garnachas viejas –con frecuencia centenarias-, la altitud de las viñas –entre 700 y 1.100 m sobre el mar, garantía de la correcta maduración de las uvas- y unos precios difíciles de batir. Además, el más que manejable tamaño de la denominación de origen, por debajo de una veintena de bodegas y con menos de 4.000 has de viñedo registrado, significa una excelente oportunidad para corregir viejos errores y encauzar el futuro sin las rémoras que han lastrado a otras zonas vinícolas del país.
No es casualidad que algunas de las iniciativas bodegueras más dinámicas e innovadoras del momento hayan puesto sus ojos en la comarca que rodea Catalayud. Uno de los primeros impulsores del resurgimiento fue Jorge Ordóñez, al principio en compañía sus socios Víctor Rodríguez y la familia jumillana propietaria de Juan Gil, ahora como titular de Bodegas Breca en la localidad de Munébrega. Tintos como su Garnacha de Fuego (5 €) y Breca (12,50) pusieron la deprimida comarca vinícola aragonesa en el mapamundi de la calidad y demostraron que ésta no siempre va unida a precios elevados. Plantaciones en altura (de 800 a más de 1.000 m), cepas viejas (de 40 a 110 años) y rendimientos entre bajos e irrisorios. Pocos secretos más.
IMPRONTA MINERAL. Un planteamiento bastante similar al de Bodegas Ateca, fundada en 2005 en la localidad del mismo nombre, filial bilbilitana de mencionado grupo Gil Family Estates, donde el enólogo australiano Michael Kyberd exprime las no pocas posibilidades de las antiguas plantaciones de garnacha en vinos como Honoro Vera (apenas dos meses de barrica, explosión de fruta fresca, 5,50 €), Atteca (12 meses en barrica francesa, taninos maduros, paladar especiado, 11,80 €) o el top de la gama, de nombre Atteca Armas (aquí nos vamos ya a 32 €), una edición limitada a partir de las garnachas más viejas de la propiedad, concentrado y profundo, con la impronta mineral de los suelos pizarrosos de los que procede.
La llegada de nuevos actores ha reanimado la escena enológica de Calatayud y ha señalado el camino a seguir a las bodegas con más solera, que estos días ponen a punto sus instalaciones y renuevan sus equipos humanos. Un ejemplo claro es el de San Alejandro. La nueva hornada de enólogos de esta casa tiene claro que su activo más valioso es la gran cantidad –y diversidad- de parcelas de garnacha a su disposición. Vinos como Baltasar Gracián Viñas Viejas 2014 (fino y equilibrado, aromático, 12 €) o el mineral Las Rocas 2013 (nariz viva e incisiva, boca potente y concentrada, 13 €), entre otros, abren perspectivas insospechadas hasta hace unos pocos años a los vinos de la antigua cooperativa de Miedes de Aragón.
El futuro apunta a una viticultura cuidadosa y sostenible, amén de vinificaciones separadas por parcelas. También es la apuesta de bodegas como Langa (Reyes de Aragón 2014, Langa Classic 2013) o Virgen de la Sierra (Albada 2015), entre otras. Tintos de acusada personalidad que buscan su lugar al sol en el disputado mercado de nuestros días. Todo un mundo por descubrir para los enófilos más curiosos, sobre todo si se tiene en cuenta que la exportación supone hoy más del 80 por ciento de las ventas de la DO. José Ramón Peiró (Metrópoli)