
Tras un cuarto de siglo en la Ribera del Duero, Sisseck estrena proyecto en Burdeos. / VILA VINITECA
Economía de gestos y ojo de águila: cuando Quim Vila te convoca, es que tiene algo interesante que contar. Siempre ha sido así. Esta vez, nada menos que las dos últimas cosechas de Peter Sisseck en Ribera del Duero –la añada 2014 ya duerme en los depósitos pero no cuenta a estos efectos- y las dos primeras entregas del castellano-danés en Saint-Émilion.
Peter Sisseck –ojalá nunca pierda ese don- habla en castellano como los niños. La retórica no existe: nada se esconde detrás de las palabras, todo se entiende a la primera, ciertos toques de humor. Nos contó su llegada a la Ribera en 1990 para hacerse cargo de los vinos de Hacienda Monasterio, donde continúa ejerciendo como enólogo. La puesta en marcha de su proyecto personal –Pingus- en 1995, con cuatro hectáreas en el municipio de La Horra. El drama –y leyenda de un vino nonato- que supuso el naufragio del barco que transportaba las primeras 1.000 cajas de la nueva marca hacia los EE.UU. El alumbramiento de los hermanos del vino más caro de España, primero el Flor de Pingus, unos años más tarde el PSI…

El Casino de Madrid fue el escenario perfecto para una de las cumbres del vino moderno español. / VV
Y luego habló de las bambalinas de cada una de las botellas que se iban a descorchar: las tres de la cosecha de 2013, las de 2012 y las dos de su nuevo proyecto en Saint-Émilion: Château Rocheyron 2011 y La Fleur de Rocheyron 2010. Hubo una novena etiqueta, el blanco gerundense Clos d’Agon (viognier, roussanne y marsanne), que no nos dio tiempo a catar.
LA INCONFUNDIBLE FINURA DEL DUERO. De la nada fácil cosecha de 2013 en la Ribera del Duero –narices expresivas, bocas de signo austero- nos gustó especialmente (“vaya mérito”, pensará el lector) el grande de la familia. Los tres tintos habían desarrollado bien la nariz, a pesar de tratarse de vinos que aún duermen en la barrica. El PSI nos conquistó enseguida con su alegre talante de frutas y flores –mora, frambuesa, violetas-, si bien el paladar nos pareció todavía en construcción.
Muy pronto aún para emitir un juicio razonable sobre su recorrido venidero, a diferencia de su hermano Flor de Pingus, al que sí nos atrevemos a vaticinar -aunque nunca hemos sido muy amigos de especular- un futuro más claro. Nariz muy expresiva también, aunque con fruta más madura –menos directa-, con más armonía y elegancia, seguida de un paladar también aún por acabar de hacerse pero con un esqueleto que hace pensar en una feliz evolución.
Se trata de vinos -no se nos olvide subrayarlo- de diversas calidades de uva y terroir y, por supuesto, de muy distinto precio: por ejemplo, Quim Vila vende en avanzada los tres 2013 (se compran ahora, pero hay que esperar a que terminen de hacerse para recibirlos en casa) a poco más de 20 € el PSI, algo menos de 60 el Flor de Pingus y unos 635 el Pingus.
Este último muestra ya, a pesar de su juventud, la inconfundible finura del Duero. Nos gustaron los delicados fondos especiados de la nariz, su poderosa presencia frutal, su profundidad… En el paladar nos llamó la atención una potencia nada grosera; hay centro de boca, estructura, amplitud, con un final que se eterniza sobre la lengua… Grande por donde se mire, y con muchas cosas aún por contar. Una apuesta segura.
GRANDE Y CRECIENDO. Escasez de agua y altas temperaturas marcaron la cosecha de 2012 en la Ribera, un escenario en el que adquirió especial protagonismo la naturaleza de los distintos suelos. En los mejores, la maduración de las uvas alcanzó valores cercanos a la perfección. El PSI (unos 30 €) nos gustó más en la boca –carnoso, con cuerpo y firme esqueleto- que en la nariz, donde nos dio la impresión de que tenía cierta prisa por evolucionar; un vino de corte maduro, en todo caso.
Muy distinto del Flor de Pingus de esta misma añada, que nos pareció uno de los tintos más completos de la sesión (en su segmento, digámoslo de nuevo). De su nariz nos quedamos con una exquisita mezcla de humo, cítricos y maderas preciosas, mientras que de la boca recordamos con nitidez su finura, sus jugosos taninos y sus aromas finales de café tostado. Grande y en crecimiento (129 € en Vila Viniteca).
De gran finura también, aunque a nuestro juicio no tanta como la del comentado 2013, Pingus 2012 puso punto final a la serie duriense de la reunión. Nos quedan en el recuerdo sus aromas de rica frutilla silvestre sobre un elegante fondo de laurel y herbolario, así como un paladar amplio y enérgico, que se resuelve en un final largo y levemente anisado al tiempo que nos deja la sensación de que aún está lejos de alcanzar su techo. Lo ideal sería volver a cruzarse con él dentro de un par de años.
Para terminar, de la nueva aventura bordelesa de Sisseck, la cosecha 2011 de Château Rocheyron –el grande de la casa- nos pareció muy superior –salvando las distancias de precio y demás, unos 150 euros la botella frente a 40- a su hermano La Fleur. El ensamblaje de merlot de latitudes frías y cabernet franc -plantadas sobre suelos de roca madre- nos cautivó al instante: mineral y balsámico, violetas y lavanda, sotobosque, paso de boca ágil y fresco, persistentes aromas finales de cerezas y after eight… Un feliz anticipo de lo que podrán dar de sí las siete hectáreas adquiridas no hace mucho por el danés en el legendario viñedo de Saint-Émilion. J.R. Peiró