El rosado parece que va dejando de ser el primo pobre de la familia del vino, al que iban a parar las peores uvas tintas y cuyo espacio natural estaba más cerca del chiringuito de playa que de la vinoteca moderna. Tal vez se deba al último tirón de los espumosos rosé –comenzando por los champañas-, a un intento de sintonizar con el gusto de los consumidores más jóvenes o, como sostienen algunas voces autorizadas, a la crisis económica. Lo cierto es que esta temporada se lleva el color rosa en los ambientes enológicos.
¿Qué tendrá que ver la crisis con el color del vino?, se preguntará más de un lector. Muy sencillo. El vino más caro, el que más beneficios ha dejado a las bodegas, siempre ha sido el tinto, al que destinan sus mejores uvas. Pero cuando baja el consumo, las casas elaboradoras prefieren vender más barato el fruto de sus viñas escogidas transformado en vino rosado que no venderlo a ningún precio.
El caso es que las bodegas sacan al mercado nuevas marcas, dedican recursos a su promoción y hasta se montan certámenes alrededor de ese hermano pequeño del vino al que no poca gente todavía llama clarete, como en los tiempos en que se elaboraban a base de mezclar uvas blancas y tintas en el mismo depósito. Uno de estos encuentros, el salón Sólo Rosados celebrado hace un par de semanas en Madrid, nos ha permitido conocer un puñado de marcas de la última cosecha.
PREDOMINIO NAVARRO. La mayoría de las etiquetas expuestas pertenecían al capítulo de lo que podríamos llamar rosados clásicos, obtenidos por el método tradicional de sangrado y de intenso color entre anaranjado y rosa fresa o frambuesa, según el estilo de cada casa. Entre los navarros, nos gustaron el paladar largo y untuoso del Artazu 2013 (excepto en algunos espumosos, ésta era la cosecha reinante, como es natural), la complejidad e intensidad del Viñedo Nº 5 de Señorío de Sarría, el exquisito equilibrio habitual del Homenaje -de la bodega homónima- y la golosa nariz del Pagos de Araiz.
Del resto de las zonas nos quedamos con la plenitud del Enate –un vino de extraordinario cuerpo, casi masticable, del color de un tinto clásico de Borgoña-, la jugosidad y armonía de La Legua (D.O. Cigales), la firme estructura del duriense Hito Rosado (Cepa 21), la sutileza floral del Viñas de Vero (Somontano), la austera elegancia del manchego Ercavio y el tacto mullido y untuoso del Petjades, salido de las Cavas Torelló.
ROSADA PALIDEZ. No faltaron, como era de esperar, los colores más pálidos, los denominados blush, segmento en alza que atrae poderosamente la atención de no pocas bodegas desde hace dos o tres cosechas. De este grupo nos interesaron especialmente el Gran Feudo Edición Rosado –original, complejo, sabroso-, el novedoso Excellens Rosé de Marqués de Cáceres –nariz fragante, paladar bien armado tras su anémica apariencia-, el Izadi Larrosa –tiene de todo y en su sitio- y el Barón de Ley Rosado de Lágrima, otro vino de reciente lanzamiento, aromático y rebosante de fruta roja.
Finalmente, en el apartado de espumosos, de los varios que presentaba Freixenet recordamos con nitidez el Elyssia 2011 (atractiva nariz de bayas silvestres y panadería, paladar vivo, gran esqueleto), mientras que de Codorníu -el otro titán de la burbuja catalana- nos gustó especialmente el Gran Codorníu Pinot Noir Vintage 2011 (frescos, delicados aromas de frambuesa, magnífico volumen en boca), si bien no dejó de sorprendernos agradablemente (por su alegría y vivacidad) el Anna de Codorníu Brut Rosé, un cava que ofrece bastante más de lo que anuncia su llamativa botella de color chicle de fresa. J.R. Peiró