La Rioja Alta pone estos días en el mercado las nuevas cosechas de algunos de sus tintos emblemáticos. Tuvimos ocasión de catarlas no hace mucho en compañía de un puñado de colegas de la prensa del vino y de los responsables del grupo bodeguero, entre quienes no faltaron Guillermo Aranzábal (presidente) ni Julio Sáenz (responsable técnico), Gabriela Rezola, Ángel Barrasa y Samuel Fernández, todos ellos del staff directivo. También nos acompañaba Cristina Codorníu, de la delegación madrileña de la compañía. Buenos amigos todos, con quienes, además de sus nuevos vinos, pudimos compartir un par de intensas jornadas -juegos acuáticos incluidos- en el estupendo hotel Valdepalacios, un paradisíaco resort de Relais & Chateaux rodeado de encinas en mitad de La Mancha toledana, cerca de Oropesa.
En el acto central de la reunión, una exposición de Julio Sáenz sobre los últimos proyectos en I+D+I de La Rioja Alta (optimización del sistema de lavado de barricas y gestión del oxígeno en los procesos de bodega), de los que habrá ocasión de hablar más adelante, precedió la cata de cinco nuevos tintos de gama alta del grupo de origen riojano: Viña Arana 2006, Viña Ardanza 2005, Gran Reserva 904 – 2004, Áster Finca El Otero 2010 y Torre de Oña 2010.
VIÑA ARANA 2006. Entrando ya en materia, del primer vino examinado, Viña Arana 2006, hay que decir que se benefició del complicado año meteorológico que figura en su etiqueta. El calor de ese verano y la fuerte sequía desaconsejaron la elaboración de los dos grandes reservas de la casa (904 y 890), lo que significó que una parte importante de los tempranillos destinados a esos dos vinos top acabase incorporándose a sus hermanos menores. Entre ellos este reserva, cuya nariz se mantiene fiel a su estilo clásico (inconfundibles notas de cuero sobre fondo de fruta madura, vainilla y coco, con la complejidad añadida de unas sutiles notas de herboristería), mientras que en la boca impone su poderoso esqueleto, con una acidez que le hará crecer en los próximos dos años.
VIÑA ARDANZA 2005. Si el Viña Arana 2006 es un vino de talante austero, en el Viña Ardanza 2005 que le siguió en la cata hay que hablar de opulencia como principal rasgo de personalidad. Algo que tiene que ver, sin duda, con el 20 por ciento de uva garnacha (cepas viejas de la zona de Tudelilla, a 600 m. sobre el mar) que incorpora en el ensamblaje. Algo tímida de salida, la nariz necesita unos cuantos minutos en la copa para mostrar su elegante complejidad: frambuesa, hierbas aromáticas (tila, té, manzanilla), especias dulces (clavo, vainilla), flores azules… Toda una promesa que confirma una boca llena y golosa, de sorprendente juventud después de nueve años, con una estructura que le asegura una larga vida en la botella (más incluso que al 2004 que le precedió, que ya es decir) y un notable y jugoso tanino que aún debe terminar de doblar la rodilla.
GRAN RESERVA 904 – 2004. Para la obtención de sus mejores tintos, la bodega del Barrio de la Estación de Haro parte de una base de tempranillo, a la que incorpora una segunda o tercera variedad de uva, dependiendo de la etiqueta. Así, mientras que el plus de personalidad de los Arana y Ardanza procede de los aportes de pequeñas proporciones de mazuelo y garnacha, respectivamente, en el Gran Reserva 904 – 2004 que se sirvió a continuación una buena parte de los matices diferenciales tiene su origen en el 10 por ciento de graciano que entra en la composición. De la nariz destacaríamos su finura y delicadeza al tiempo que su riqueza de registros (bayas maduras, canela, suave vainilla, piel de naranja, tabaco inglés), mientras que del paladar nos gustó especialmente su frescura y carnosidad, su tacto de terciopelo y su persistente –y aromático- final. Un vino de reflexión, para beber despacio, y un ejemplo perfecto de lo que debe ser un gran reserva riojano del s. XXI.
ÁSTER FINCA EL OTERO 2010. Áster Finca El Otero y Torre de Oña Reserva, ambos de la magnífica añada 2010, completaron la sesión de cata. El primero es el vértice de la gama de la bodega del grupo en la Ribera del Duero, un tinto que sólo se elabora en las mejores añadas con racimos cosechados en las cuatro has de la mejor parcela de la propiedad. Es difícil saber cómo evolucionarán a medio y largo plazo los vinos durienses de La Rioja Alta, pero de este Finca El Otero puede decirse que concentra la mayoría de las virtudes de los mejores vinos nacidos en las márgenes del río castellano. Rara mezcla de potencia y finura, completísima nariz (frutilla roja y negra, eucalipto, lavanda, cacao) seguida de una boca potente y fresca, de gran amplitud y persistencia, tacto redondo, sensación clara de equilibrio y armonía… Grande, sin paliativos.
TORRE DE OÑA 2010. Por su parte, en el Torre de Oña 2010 pueden apreciarse las correcciones de rumbo experimentadas por la bodega del grupo en la Rioja Alavesa. Correcciones que tienen que ver con un manejo más preciso del viñedo, tras varios años de estudios y ensayos. Para los vinos mayores se buscan las parcelas de vigor más contenido donde los racimos maduran mejor y más pausadamente. Ello se traduce en finura y equilibrio, como los que ya se aprecian en este reserva 2010, un tinto con marcados aromas balsámicos (laurel, herbolario) que destacan sobre un fondo de fruta roja madura y le imprimen personalidad, seguidos de un paladar carnoso y mullido, sin aristas de ninguna clase, que se estira en un larguísimo y fragante final, en el que regresan las fragancias de fruta en sazón.
Y si de los vinos puede decirse que superaron con creces las expectativas de los presentes, otro tanto puede hacerse de la faceta gastronómica de la reunión, a cargo del estupendo restaurante del hotel (Tierra, una estrella Michelin), comandado por el chef José Carlos Fuentes, y de los productos del cerdo ibérico de la empresa Fisan, de Guijuelo (Salamanca), representada en la reunión por Eva y Javier Sánchez (tercera generación de la familia propietaria), protagonistas de una instructiva sesión de maridaje con los vinos de la firma riojana anfitriona. J.R. Peiró